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miércoles, 29 de febrero de 2012

Fotos de Elefante,Origen,Historia.

(Animalplanet3000.blogspot.com)


Elefante Bebè.
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 Elefantes Peleando.
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Elefante nadando.
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Elefante  Indio





Elefante Asiàtico



















Elefante de Sri Lanka



EL ELEFANTE AFRICANO


Nombre científico : Loxodonta africana
Familia : Elefántidos
Orden : Proboscídeos
Clase : Mamíferos


Identificación : El elefante africano se distingue del asiático por su frente menos abultada, sus orejas de mayor tamaño, su lomo más recto, su trompa terminada en dos apéndices digitiformes y sus pies posteriores con sólo tres pezuñas.


Tamaño : Longitud cabeza-cuerpo, 3,5-6 m; altura en la cruz, 2.5-4 m.


Peso : De 2,4 a 3,5 toneladas (hembras y de 4 a 6,3 toneladas (machos); peso récord, 9 toneladas.


Distribución : Discontinua en el África subsahariana.


Hábitat : Muy variado: pluvisilvas y otros bosques, sabanas, zonas pantanosas, arbustos espinosos e incluso desiertos.


Alimentación : Vegetariano no rumiante; se alimenta de hierbas fibrosas, raíces, tallos, hojas, cortezas, frutos.


Reproducción : Por lo general, una cría por camada tras unos veintidós meses de gestación.




EL ELEFANTE

Con una altura en la cruz que puede alcanzar los 4 m y un peso que a veces supera las 6 toneladas, el elefante africano es el mayor vertebrado terrestre.
Esta especie forma unidades familiares de tipo matriarcal, vinculadas entre sí -y con los grupos de machos temporalmente- mediante complejas estructuras, cuya cohesión se asegura, incluso a grandes distancias, mediante la comunicación por infrasonidos. Gracias a su gran movilidad y a su insaciable apetito, el elefante ha dado forma al paisaje y la ecología de África; pero hoy, cuando la especie ha perdido más de la mitad de los efectivos que tenía hace dos décadas y, prácticamente, ha quedado confinada a los parques nacionales y reservas, parece estar apunto de perder su papel fundamental en la biodiversidad del continente.



ORIGEN Y EVOLUCION

Antiguos proboscídeos


Hace unos 50 millones de años, del largo linaje de los ancestros de los elefantes se separaron las ramas que condujeron a Moeritherium, un animal del tamaño de un cerdo, con dos colmillos en cada mandíbula, y, más tarde Deinotherium, que poseía unos colmillos curvados hacia atrás en la mandíbula inferior. Ninguna de estas ramas condujo a los elefantes actuales, pero sí lo hizo la que dio lugar a Paleomastodon. Este fue el primero de los mastodontes, unos proboscídeos que sobrevivieron hasta el Pleistoceno en África y Eurasia, y hasta fines de este período o incluso más tarde en América.
Otro de estos mastodontes, Stegodon, que vivió hace 12 millones de años, ya que tenía un elevado número de crestas de esmalte en sus molares, de un modo similar a los elefantes actuales. La trompa, en cambio, ya debía existir, por lo menos en esbozo, hace unos 40 millones de años. Sin embargo, para que se produjera el desarrollo muscular que dio lugar a un labio superior rígido y a la vez prensil, hizo falta que la región del mentón se alargara más allá del borde anterior del cráneo, sin que se diera una prolongación paralela del paladar. Esto es lo que sucedió en Gompbotberium, un género que hizo su aparición durante el Oligoceno, hace unos 30 millones de años, y que ya poseía una trompa funcional aunque muy distinta a la de los elefantes actuales.


Mamuts y elefantes


Los primeros proboscídeos conocidos se han encontrado en estratos del Eoceno. Algunos de éstos llegaron a Europa occidental durante el Mioceno y coexistieron con los últimos mastodontes europeos del género Anancus. El primero de estos elfántidos, Achidiskodon meridionalis, persistió en el continente europeo hasta el inicio del Pleistoceno medio y, a partir de entonces, fue sustituido por una especie más evolucionada, Paleoloxodon antiquus. A principios del Pleistoceno superior, el elefante antiguo fue sustituido a su vez por el mamut (Mammuthus primigenius), una especie que se extinguió hace unos 10.000 años.
A principios del Holoceno, los proboscídeos desaparecieron de Europa occidental, pero continuaron evolucionado en África y Asia. El género Elepbas, cuyo último representante es el actual elefante asiático (Elepbas maximus), se diferenció en Arica a principios del Pleistoceno, se extendió por Eurasia a mediados de este período y quedó restringido a Asia a fines del Pleistoceno. Como otros géneros recientes de elefántidos, Loxodonta apareció a mediados del Pleistoceno en África, aunque no se extendió por otros continentes. Una especie primitiva de este género (Loxodonta adaurora), pese a tener ya la cara comprimida, presentaba todavía un corto aunque macizo mentón. Este primitivo elefante africano fue descubierto en Kenya, en estratos del Plioceno, y es probable que a partir de entonces los elefantes usaran su trompa tal como lo hacen hoy.


ANATOMIA DEL ELEFANTE AFRICANO



El mayor vertebrado del planeta


El elefante posee unos rangos anatómicos inconfundibles, destacando su trompa -que es flexible, prensil y está dotada de una gran capacidad para aspirar agua-, sus defensas -comúnmente llamadas “colmillos”- y sus enormes orejas, que recuerdan el mapa de África.


Cráneo
Enorme y proporcionalmente corto, con los huesos muy engrosados y aligerados por numerosas cavidades aéreas.


Orejas
Mucho mayores que las del elefante asiático, pueden medir hasta 2 m de altura y 1,5 de anchura.
Además de su utilidad obvia en la audición, las orejas participan en las actitudes de amenaza; para disuadir a un potencial enemigo, el elefante las despliega totalmente, al tiempo que bambolea la cabeza. El elefante también utiliza las orejas para abanicarse, permitiendo así la irradiación de las calorías excesivas.


Cabeza
Grande y ahusada, con ojos pequeños que acaso denotan una visión deficiente.
Defensas
Rectas o curvadas hacia dentro y dirigidas hacia arriba en el extremo; mayores en los machos que en las hembras.
Bien visibles en ambos sexos, a diferencia del elefante asiático cuyos machos son los únicos que suelen tener unas defensas bien visibles, las defensas crecen continuamente y corresponden a los incisivos. Están compuestas casi por entero de marfil, una combinación de dentina, cartílago y sales cálcicas.


Patas
Largas, rectas y en forma de columna, terminan en unos pies circulares ensanchados en la base.
En el límite de una adecuada locomoción, las extremidades del elefante son columnares y escasamente articuladas, lo que impide el salto o el galope. Pese a ello, es capaz de desplazarse a una velocidad media de 4-6 km/h o de mantener durante un corto trecho hasta 40 km/h cuando carga o las raras veces que huye. También es capaz de ascender por laderas empinadas y de nadar con gran destreza, utilizando a veces la trompa como tubo respirador para atravesar ríos de gran anchura.


Dedos
Incluidos en el seno de un tejido fibroadiposo, no pierden su independencia ósea, lo que permite una gran movilidad y sensibilidad de las almohadillas plantares, y una gran adaptación a las irregularidades del terreno.


Trompa
Tiene 50.000 músculos y, a diferencia del elefante asiático, posee dos apéndices digitiformes en el extremo con unos pelos diminutos en cada punta.
Compuesta por miles de haces musculares, sirve de “mano” para estirar matas de hierba, arrancar la corteza de un árbol o llevarse la comida a la boca. La trompa es también un “brazo” vigoroso, capaz de descargar mazazos contra los enemigos o levantar a una cría encallada en el barro. Y no sólo es prensil y táctil, ya que con ella el elefante puede respirar, oler, beber, ducharse, manifestar su excitación sexual…


Planta del pie
Cubierta de un epitelio silenciador y antiderrapante, impide con su gran superficie que el animalse hunda en los terrenos blandos.


Tronco
Relativamente corto debido a la ley del puente, según la cual el aumento de la longitud de las patas es inversamente proporcional al de la distancia entre las cinturas pélvica y escapular.


Piel
Casi desnuda y carente de glándulas sudoríparas y sebáceas; pese a ser rugosa y gruesa, no carece de sensibilidad.




MEDIO NATURAL



Multitud de hábitats
El elefante africano vive en muchos tipos de hábitats (desde el nivel del mar hasta 5.000 m de altitud), incluidos los bosques más densos, las sabanas abiertas, las zonas pantanosas, el busbveld espinoso e incluso los desiertos. Esta amplia gama de hábitats debe cumplir los requisitos de asegurar el suministro de agua dulce, tener abundancia de hierba para pacer y de hojas para ramonear, y contar con un mínimo de sombra. Si estos requisitos se encuentran durante todo el año, los elefantes -o por lo menos los grupos familiares, ya que los machos casi siempre son nómadas- llevan una existencia sedentaria; de lo contrario, realizan migraciones a gran escala que suelen tener un patrón estacional, a menos que la actividad humana y el desarrollo agrario les fuercen a un sedentarismo forzoso.


Transformación del ecosistema
Cuando las poblaciones y los movimientos estacionales se mantienen en su estado natural, el elefante africano tiene un papel ecológico fundamental. Con unas necesidades alimenticias que en muchas ocasiones superan los 150 kg diarios de materia vegetal -hasta 300 kg en períodos lluviosos-, el elefante a menudo recorre grandes distancias para obtener su sustento. Aunque en época de lluvias suele preferir la hierba tierna, su régimen alimentario cuenta con más de un centenar de especies vegetales. Para encontrarlas, y sobre todo para paliar su insaciable apetito, los grupos, clanes y manadas de elefantes exploran grandes extensiones de terreno y, al devorar arbustos, maleza y en ocasiones árboles enteros, crean un sinfín de espacios abiertos, tanto en las tupidas selvas como en los numerosos terrenos arbolados que cubren gran parte de las sabanas africanas.


El mosaico resultante, un complejo entramado de vegetación en varios estadios de regeneración, crea a su vez una mayor variedad de alimentos vegetales, lo que atrae a una gama mucho más amplia de otros animales herbívoros (que a su vez atraen a sus depredadores). Cuando la población de elefantes disminuye las zonas arboladas se tornan más densas y los herbívoros pacedores desaparecen. De este modo, cuando la presión de los furtivos o de los agricultores locales obliga a los elefantes a concentrarse en las reservas, la pérdida de arbolado facilita la conversión de la sabana boscosa en sabana herbácea, y los herbívoros ramoneadores desaparecen junto con muchos primates.


Selvas en constante cambio
En las densas pluvisilvas, el incremento en la diversidad faunística debido a los elefantes es tan importante como en las sabanas. En su estado natural, una selva pluvial primaria no tiene mucho que ofrecer a los herbívoros terrestres porque el dosel arbóreo sólo deja penetrar un pequeño porcentaje de la luz solar e impide el crecimiento del sotobosque.
Pero cuando los elefantes ocupan la selva, al abatir algunos árboles -directamente o causándoles la muerte al privarles de su corteza o de sus ramas vitales- y devorar los renuevos, amplían los calveros naturales, permitiendo la alimentación de los grandes ungulados pacedores. La pluvisilva, que en otras condiciones sólo albergaría mamíferos arborícolas y pequeños herbívoros terrestres, se convierte en un hábitat adecuado para cerdos salvajes, búfalos selváticos y las especies de antílopes que medran en la selva secundaria. El resultado, una vez más, es un gran aumento de la diversidad faunística.


Estado de las poblaciones
Aunque no está tan amenazado como el asiático, el elefante africano ha sufrido un grave declive de todas sus poblaciones. Excepción hecha de la subespecie del norte de África, cuyas últimas poblaciones quizá desaparecieron en fechas tan tardías como mediados del siglo XIX, este declive se intensificó en los años setenta, tras la crisis del petróleo, cuando el marfil se convirtió en un valor refugio y su precio se multiplicó por diez. El tráfico de marfil provocó que todas las poblaciones del herbívoro gigante empezaran a menguar de modo espectacular: de los 2.500.000 elefantes africanos de 1970 se pasó a menos de un millón y medio de 1979 y a 625.000 en 1989. Y el furtivismo no afectaba sólo a los adultos con largas defensas, sino también a los elefantes jóvenes; de este modo, mientras en 1979 el peso medio de los colmillos incautados eran de unos 9,8 kg., en 1987 esta cifra había descendido a 4,7 kg.
Tras numerosas campañas de sensibilización de la opinión pública mundial, en octubre de 1989 el elefante africano fue incluido en el Apéndice I de la CITES (Convención Internacional sobre el Tráfico de Especies Amenazadas), lo que significaba la prohibición, por lo menos teórica, del comercio internacional de marfil. Aunque cinco de los 110 países votantes del acuerdo eligieron “entrar en reservas”, lo que en la práctica les eximía de la prohibición, los efectos de la moratoria de la CITES no tardaron el hacerse notar. La población total de elefantes, que después de 1989 había descendido a menos de 425.000 ejemplares, se estabilizó para mantenerse en torno a los cerca de 600.000 elefantes que probablemente existen en la actualidad.




CICLO VITAL

Apareamiento
Aunque puede tener lugar en cualquier época del año, la reproducción del elefante africano está muy relacionada con los recursos alimenticios. Por ejemplo, la mayoría de partos se producen durante la estación de lluvias, un patrón que se repite en casi todo el continente al ofrecer a las crías un clima más fresco y una gran abundancia de cobertura vegetal donde guarecerse. Además, el cambio de la dieta propia del final de la estación seca, a base de hojas y hierbas seca, a la dieta típica de la estación de la lluvias, basada en hierba verde y fresca, parece que también estimula la ovulación y la fertilidad de los apareamientos.
Las hembras, cuyo celo no dura más de cuatro o cinco días, anuncian su estado fértil mediante un mensaje oloroso, y cuando varios machos siguen este rastro de olor pueden entablarse batallas rituales, que más bien son demostraciones de poder que luchas reales.
Estas peculiares “batallas” se desarrollan mediante exhibiciones de fuerza, tales como levantar troncos u otros objetos con los colmillos, y rara vez terminan con un desenlace fatal. Entre los escarceos de la hembra se incluyen tocar al macho con la trompa, alejarse de él y mirarlo de vez en cuando por encima del hombro mientras éste la sigue, o echar a corre perseguida por varios machos hasta que uno de ellos la toca con la trompa. A continuación, la hembra receptiva se deja montar por el macho fecundador. El período de gestación es de unos 22 meses _(17 y 25 meses son los valores extremos).


Infancia y juventud
Los elefantes tienen una infancia muy prolongada, y los cuidados que las hembras prodigan a las crías constituyen una de las grandes fuerzas de cohesión social de la especie. Ni siquiera la lactancia es una tarea exclusiva de la madre, y menos aún la vigilancia. Las hembras lactantes comparten a menudo su leche con crías que pertenecen a una tía o a una hermana, en tanto que las “canguros” -hembra subadultas de nueve años o más- desempeñan un papel crucial en la familia mucho antes de que ellas mismas puedan tener su propia cría. Gracias a este sistema, la madre puede alimentarse convenientemente (necesita dedicar a esta actividad las tres cuartas partes del día) y las jóvenes “canguros” adquieren una experiencia que les será útil para cuidar de sus propias crías.
Los elefantes más jóvenes, finalmente, no pierden nunca de vista a las crías indefensas, evitando que se alejen del grupo, ya que podrían sufrir un accidente o ser presa de los leones.
Aunque el destete tiene lugar entre los 6 y 8 meses, no es raro que la cría mame ocasionalmente hasta los 6 años o más. En todo caso, el vínculo entre la madre y sus sucesivos hijos dura bastante tiempo, y éstos no adquieren la madurez sexual hasta los 10 u 11 años como mínimo, y a menudo ésta se retrasa hasta los 20 o los 22.


El parto
El nacimiento de un nuevo elefante a menudo es un gran acontecimiento. Desde los primeros signos que anuncian el parto, las hembras adultas y las adolescentes rodean a la madre, alentándola con el sonido grave y dulce que emiten con su garganta y amplifican con su trompa. Cundo se produce el parto, toda la familia se precipita para rozar con su trompa al recién nacido.
La madre, entretanto, intenta liberar a la cría de su envoltorio placentario con la ayuda de las hembras más allegadas. Terminada esta tarea, el pequeño elefante, que no supera los 120 k., yace en el suelo, todavía mojado e incapaz de levantarse. Con infinitas precauciones, la hembra lo levanta del suelo, pero lo más probable es que el pequeño siga sin poder sostenerse sobre sus patas. Poco tiempo después, sin embargo, ya podrá dar sus primeros pasos y tomar su primera dosis de leche materna.




PAUTAS SOCIALES

Familias y grupos
Más gregario aún que el asiático, el elefante africano puede formar agrupaciones de varios centenares de individuos, especialmente durante la época de lluvias; pero el grupo unitario típico es el matriarcal, que en la sabana se compone de la gran hembra dominante, las hembras emparentadas con ella, las crías y los machos subadultos. Con frecuencia, uno de estos grupos familiares entabla una estrecha relación con otra unidad familiar, formando lo que la investigadora Cynthia Moss denomina un “grupo de vínculo”; cuando los miembros de ambas unidades se encuentran en la sabana, corren unos hacia otros con la cabeza levantada, batiendo las orejas, orinando y defecando y barritando con estrépito.
Más allá del grupo de vínculo, la organización social depende sobre todo del agua, y no tanto de los lazos de sangre. Los elefantes que comparten la misma área de deambulación pantanosa durante la estación seca forman lo que tanto Moss como el investigador Iain Douglas-Hamilton denominan un “clan”. Los miembros del clan se alimentan a menudo juntos y se desplazan en masa de una zona de alimentación a otra. Cuando se encuentran, sin embargo, no son tan efusivos como los del grupo de vínculo y, de hecho, pueden mostrarse agresivos unos con otros.
Pese a no estar vinculados por sus genes como las hembras, los machos no se limitan a formar asociaciones temporales.
A fines de los años setenta Moss y su colaboradora Joyce Poole descubrieron que, en lugar de errar sin rumbo por su área de deambulación, los machos sexualmente inactivos formaban asociaciones laxas, aunque regulares y armoniosas, en “zonas de retiro” muy concretas, alimentándose a menudo juntos. Cuando se sienten amenazados, sin embargo, no suelen formar grupos de defensa como las hembras, ya que no están vinculados por el parentesco. Por lo demás, los machos recorren centenares de kilómetros con la única finalidad de reproducirse. Según Iain Douglas-Hamilton, ellos son quienes aseguran el contacto entre las distintas poblaciones del continente y quienes garantizan el trasiego genético de la especie desde tiempos inmemoriales.


Alimentación
Pese a su alimentación herbívora, los elefantes tienen una dieta muy amplia. En la sabana se alimentan principalmente de hierba, rodeando la mata con la trompa, estirándola por las raíces y agitándola en el aire para que se desprenda la tierra. También ramonean entre los arbustos, desgajando los tallos más sabrosos; cuando el ramoneo se efectúa en un árbol alto, no es raro que el animal arranque una rama lateral con su trompa, para elegir luego las ramitas terminales más tiernas. En la estación seca, la dieta se completa con frutos de palmera, semillas y frutos de jengibre salvaje, hojas de acacia y tamarindo e incluso madera de baobab. Los elefantes de selva, por su parte, no dependen tanto de la hierba, y su dieta consiste sobre todo en hojas de árboles, cortezas y frutos.




EL ELEFANTE ASIATICO

Morfología y hábitats
El elefante (Elephas maximus) tiene las orejas mucho más pequeñas que el africano, la cabeza y la frente en forma de cúpula, el dorso convexo y un zolo apéndice digitiforme en la trompa. También es de dimensiones más reducidas y de menor corpulencia: su altura en la cruz no supera los 3 m, el peso medio de las hembras es de 2.720 kg y el de los grandes machos de 5.400 kg. A diferencia del elefante africano, la hembra del asiático tiene unos colmillos muy pequeños, invisibles más allá de los labios, característica que comparte con algunos machos de su especie. Ello no evitó que el elefante asiático fuera perseguido por su marfil durante siglos, lo que contribuyó sin duda a la actual rareza de esta especie amenazada de extinción.
Hoy en día, sin embargo, la principal amenaza para el elefante asiático es la disminución y la fragmentación de su hábitat. El elefante asiático ocupaba antaño los hábitats más variados, desde las selvas más espesas hasta los bosques espinosos y las laderas del Himalaya. Hoy, en cambio, apenas se encuentra fuera de las zonas limítrofes entre el bosque y los terrenos herbáceos, donde origina numerosos conflictos con el hombre.
De este modo, y aunque en épocas históricas el elefante asiático ocupaba la mitad sur de Asia, hoy su área de distribución extremadamente fragmentada abarca apenas algunas zonas del subcontinente indio, Sri Lanka, las islas Andamán, el sudeste asiático, Sumatra, Borneo y el sur de China. Además, de los 200.000 elefantes salvajes que habitaban en Asia a principios de siglo, hoy no quedan más de 54.000.


Vida social y domesticación
El elefante asiático es gregario y, si bien los machos adultos llevan a menudo una existencia solitaria, las hembras siempre viven en grupos familiares con una clara estructura matriarcal. En estos grupos que antaño podían comprender más de cien individuos y que hoy rara vez superan la veintena, domina siempre una hembra, generalmente la más vieja. La matriarca es capaz de recordar durante años las sendas de su territorio y encontrar, en cada momento, las zonas donde los fluctuantes alimentos son más abundantes.
El elefante asiático fue domado por primera vez hace más 3.000 años, pero incluso hoy la mayoría se capturan salvajes para su doma posterior. En el sudeste asiático los elefantes se doman sobre todo para el transporte de teca, mientras que en la India el elefante forma parte de la historia, los mitos y la cultura popular, y en muchas zonas aisladas todavía tiene un papel importante en al vida cotidiana: sirve a sus dueños en muchas tareas, es un símbolo de estatus y participa suntuosamente engalanado en numerosas fiestas religiosas.


El lenguaje de los elefantes
Las familias que pertenecen a un mismo grupo de vínculo se alejan a menudo a varios kilómetros de distancia, especialmente durante la estación seca, y sin embargo continúan estando en contacto, como demuestra su capacidad para reagruparse con rapidez. Aunque en ocasiones los elefantes barritan abiertamente, muchas otras dan la impresión de comunicarse en silencio, pudiendo salir corriendo en estampida o inmovilizarse de repente. Parece como si los elefantes tenghn un sexto sentido que les informa sobre el paradero y las actividades de otros miembros de su especie. EN mayo de 1984, mientras observaba unas hembras de elefantes asiático con sus crías, la investigadora Katherine Payne, una experta en cantos de ballenas de la universidad de Cornell (Nueva York), noto una extraña pulsación en el aire que evocaba el sonido de un trueno distante.
Meses después, al comparar esta pulsación con la que emite el tubo más bajo de un órgano de iglesia, la investigadora dedujo que los elefantes podrían estar utilizando infrasonidos. Tras efectuar una serie de grabaciones en zoológicos, en las que registró múltiples voces que los seres humanos no podemos oír, Payne decidió verificar sus hallazgos en el terreno y colaborar con Joyce Poole en el Parque Nacional de Amboseli. Una vez allí, tras centenares de grabaciones, determinó que los seres humanos sólo escuchan la tercera parte de lo que los elefantes se comunican entre sí. De un modo similar a lo que sucede con la ballena azul y el rorcual común, el resto de estos mensajes se emite a menos de 30 hertzios, es decir, a una frecuencia indetectable por nuestros oídos. Durante meses, las dos investigadoras acumularon horas de grabación de ondas sonoras e infrasonoras que les permitieron explicar por qué, cuando un elefante es abatido por un cazador, los grupos familiares que hasta entonces pacían plácidamente huyen, perfectamente coordinados hacia lugares más seguros.
Entre otras cuestiones, también les permitieron saber que, cuando dos elefantes del mismo grupo vuelven a encontrarse tras una larga separación, se saludan “en silencio” a los 18 hertzios; o que los machos en celo se evitan emitiendo un mensaje de 14 Hz sobre su agresividad latente, y que las hembras receptivas se comunican a 18 z con los machos de alto rango para alertarles de los intentos de cópula de un usurpador. Las ondas infrasonoras, de las que Poole y Payne identificaron más de treinta modulaciones diferentes, no sólo son audibles por los elefantes a distancia -hasta 5 km con viento contrario- sino que, además, se ven escasamente afectadas a su paso por los bosques y altos herbazales.